miércoles, 25 de enero de 2017

DE LOS DESALMADOS

   Ni puñetera gracia. Nunca he visto la chispa a hacer mofa del sufrimiento ajeno. Ni a las bromas sobre el Holocausto, ni a las de tartamudos, ni a las racistas...no sé bien dónde está el límite entre el chiste de mal gusto, la falta de respeto o el hecho delictivo, me falta base legal en este campo, pero sí sé que no tienen ni puñetera gracia. Hay quien da un paso más y les pone nombre propio. Chistes, o tuits, que ahora se llevan más, sobre Irene Villa, por ejemplo. O sobre  Ortega Lara y el terrorismo, como en el caso de un cantante que ha sido condenado esta semana. Según la sentencia, por emitir mensajes humillantes, por alimentar el discurso del odio, por obligar a la víctima al recuerdo de la vivencia de la amenaza, el secuestro o el asesinato de un familiar cercano. No sé si de verdad es un delito, no sé si semejante crueldad pueda tener un objetivo más allá de provocar,  no sé si no es más que una estupidez sin mayor recorrido ni más consecuencias que el aplauso de unos cuantos que, por supuesto, se escudarán en la libertad de expresión y en el rechazo a la censura que sufren para defender esta postura.

   El año pasado las polémicas más sonadas vinieron tras la muerte de un torero en la plaza, aplaudida por algunos antitaurinos radicalizados, a los que les pareció perfectamente compatible que coexistieran en su cabeza la condena al maltrato animal y la celebración de una muerte por cornada. Cosas de la sensibilidad sesgada. Por si hubiera alguna duda, no defiendo las corridas de toros, no me gustan.

  Hoy ha sido el turno de Bimba Bosé. Murió ayer, joven y sobrada de amigos y de ilusiones. Lo que conozco, lo que conocemos de ella es que ha sido una mujer libre en su forma de vivir y valiente a la hora de encarar su enfermedad. Admiro su coraje. La marea de condolencias afectuosas publicadas demuestra que no pasó por este mundo de puntillas y espero que pueda confortar de alguna manera a los suyos. Pero unas pocas horas han bastado para encontrarnos con tuits ofensivos, dañinos, irrespetuosos. Quizá esa personalidad transgresora y directa molestaba a alguien, o el hecho de pertenecer a determinada familia. Algunos mensajes que he leído rezuman odio e intolerancia contra ella y contra su familiar más conocido, Miguel Bosé: maricón, ramera, lesbiana, perro... Muy oportuno todo, pura empatía con el dolor ajeno. Me encuentro una vez más con un atrevimiento ofensivo a la hora de dirigirse a una persona conocida, como si pasaran a ser personajes de ficción: lo que nunca diría al vecino del quinto, por mucho que lo deteste, sí se lo digo al actor de turno y descargo contra él toda mi mala baba y mi repulsa, ya sea a los gays, musulmanes, ateos, veganos, chinos, catalanes, urbanitas o a los que visten raro. Que trague con ello, que para eso es famoso.

 El primer escalón de un desalmado debe ser alegrarte con la desgracia de otros. Cruel, inhumano, falto de conciencia, esa es la definición. Ser capaz del chascarrillo fácil a costa de los fracasos de tu contrario, reírte de sus enfermedades, duelos, heridas. Disfrutarlo en silencio o en voz baja, revolcarte en el lodo y las miserias de otros y anotarte un punto. Al menos estos se acobardan y evitan exhibirlo demasiado, aún mantienen la sensatez de saberse  fuera de la corrección. El siguiente escalón está ocupado por los canallas que, además del regodeo íntimo, buscan el aplauso, se enorgullecen de sus exabruptos, se creen más valientes (aunque se escuden con frecuencia en el anonimato de la nube) y se erigen en portavoces de una estirpe de moral confusa, esa que no tolera lo distinto y se cree legitimada para juzgar, condenar y vejar y que, además, busca pandilla, cómplices que le rían el chiste. Como en la barra del bar, pero sin dar la cara.