sábado, 24 de septiembre de 2016

LAS CHICAS Y EL AZAR



   Ayer terminé de leer Las chicas, de Emma Cline. Me gustó. Está basado en las andanzas de la siniestra "familia" de Charles Manson, y se centra en las chicas, sus chicas, el grupo de mujeres que lo acompañaban y seguían ciegamente.

   El libro está narrado en dos espacios temporales, que van alternándose de manera bien definida. En el primero, Evie, la protagonista, tiene solo catorce años y un desencanto adolescente que le hace muy vulnerable. Creo que esta es la parte más brillante del libro. En el segundo espacio, han pasado muchos años y, de forma inesperada, se ve obligada a compartir casa por unas horas con un par de adolescentes que conocen algo atroz que ocurrió años atrás. A ella le fastidia y le incomoda su presencia. Los chicos sienten una mezcla de curiosidad, rechazo y  admiración por la presunta complicidad de Evie en aquel suceso.

   Creo que al final es un libro sobre la importancia del azar en nuestras vidas. Evie vive una situación difícil, pero no distinta a otras muchas: padres recién divorciados, padre ausente, madre ansiosa por recuperar una vida propia, un sentimiento frecuente de soledad, dificultad para encontrar su sitio, necesidad de pertenecer a un grupo, de ser valorada, reconocida y querida, de tener un valor a ojos de los demás, de rellenar "sus espacios en blanco", de completar sus líneas pendientes de escribir, de corregir las mal escritas, del desencanto de la amistad, de la curiosidad por el sexo. Y, en este caldo de cultivo, aparece antes sus ojos una opción de vida diferente, atractiva. El imán, el anzuelo en este caso es una chica un poco mayor que ella, que parece caminar de puntillas sobre las miserias del mundo, con la que queda fascinada desde sus primeros encuentros casuales. Una mujer segura, libre, feliz, alejada de convencionalismos que le muestra un camino distinto, una forma de vida revolucionaria que degrada la suya a algo vulgar, ridículo.

  Paso a paso, la autora  reconstruye ese proceso de anulación de una voluntad, de la sutil manipulación para conseguir una entrega incondicional, una admiración sin límites que justifique cualquier acto, borrando la capacidad de crítica y desaprendiendo todo lo sabido hasta entonces como moralmente correcto. 

   Con la lectura de estas páginas te planteas hasta qué punto tú podrías haber estado allí. Porque a algunos, nuestras opciones de rebeldía no nos llevaron más allá de alguna que otra mala compañía, pequeños engaños, escapadas breves y riesgos casi domésticos. Lo que nuestro reducido entorno puso a  nuestro alcance. Pero, si otras puertas se nos hubieran abierto, hasta dónde podrías haber llegado a esa edad, lleno de rabia contra el mundo y contra tus padres, incómodo en tu pellejo de proyecto de adulto, dispuesto a transgredir normas y a escribir las tuyas, con un anhelo grande de encontrar a alguien que te mire a ti, solo a ti, como si fueras elegido entre todos, y esperando escuchar que tú eres especial y necesario en esa tribu, en esa manada, ávido de conseguir acompasar tu respiración a la de otros y ser uno más, y no uno menos. Qué hubiera pasado si, cerca de nosotros, de mí, hubiera aparecido alguien con la oferta de un lugar solo para mi en un mundo nuevo mucho más excitante, más improvisado, más libre, que dejara al anterior reducido a un mal sueño. Qué hubiera pesado más, la sensatez  o el afán de aventura, la seguridad de permanecer en una zona de confort o la promesa de una vida estimulante. Y una vez cruzada la puerta, habría tenido momentos de lucidez que me marcaran limites, o habría llegado hasta el final. Uno siempre piensa que hay cosas que nunca haría. Pero quién lo sabe. 

jueves, 22 de septiembre de 2016

EL FORMATO DE LOS SUEÑOS

   Yo casi siempre sueño en color. O en tecnicolor. En pantalla grande o en pequeño formato. Mis sueños transcurren al aire libre, en exteriores, aunque a veces tengo escenas de interior. Los olvido si no los verbalizo nada más despertar, pero en los primeros minutos permanece en mí una sensación incómoda, como de resaca, de no saber dónde he pasado la noche.

   No suelo tener pesadillas, aunque sí sueños del género absurdo: gente en el lugar que no le corresponde, amigos que no se conocen entre sí conviviendo con la familiaridad del roce cotidiano, personajes que no me han sido presentados interactuando como peces en el agua en mi día a día, yo comportándome como si no fuera yo. En ocasiones parecen sueños lúcidos: yo creo estar consciente de que estoy soñando, otros son el reflejo de una esperanza, de un deseo persistente durante las horas de vigilia. Hay quien tiene (dice) sueños videntes. o incluso telepáticos. Yo, por suerte, no practico de esos. En el más difícil todavía están los sueños-viajes astrales, que tampoco tengo el disgusto de conocer. Pero hasta hoy, mis sueños han estado fabricados de imágenes, secuencias, palabras, voces,  conversaciones, gestos, bandas sonoras...

   Esta mañana me ha despertado un whatssap. A las siete y diez. Cinco minutos antes de que sonara el despertador. La imagen inconfundible de un mensaje de texto con las letras en negro sobre un recuadro verde y fondo claro. Tal cual lo tengo yo en el móvil. Precedido por un pequeño bip (mental). Un tonto mensaje de unas cuatro o cinco líneas sobre alguno de los libros de texto de uno de mis hijos. enviado por el centro de estudios. Ni idea de si ha sido de la secretaría, de la dirección, del tutor. Ha sido recibirlo, leerlo y abrir los ojos como platos. Como de no dar crédito. Por eso no lo recuerdo bien. Tampoco me ha dado a tiempo a contestar. A ver esta noche como me espera mi emisor. Porque seguro que vio el doble check azul  y ya lleva doce horas sin respuesta. Miedo me da cerrar los ojos esta noche.



PSEUDOPOEMA

DESORDEN

A veces, mi mundo se desordena
mis fronteras, antes de espuma,
aparecen rotundas, inmutables.
Una vez más, batalla eterna.
No hay tiempos, sólo el vaivén
lento, estéril  de los días que pasan

A veces, camino entre murallas invisibles
las caras, los cuerpos son mentira 
busco alcanzar mi sitio y tomar forma
recuperar mi tacto, mi presencia.
Y volver a escuchar las otras voces.

Las de fuera.